"Historias" 13

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[ALERTA SPOILERS]

Esta entrada pertenece a una serie de entradas que componen un relato que estoy escribiendo. Si tienes interés en leerlo todo desde el principio puedes ir a las etiquetas que hay en la parte derecha y clickar en "Relatos". Ahí tendrás todo en orden inverso, así que tendrás que empezar desde abajo del todo e ir subiendo. Si eres un masoca al que le gusta saber el final antes de empezar la historia o simplemente te divierte mirar letras puedes seguir leyendo bajo tu propia responsabilidad. Gracias.


Las puertas se abrieron y un resplandor nos cegó completamente. A pesar de ser ya de noche, la iluminación de la sala hacía que pareciera pleno mediodía. A nuestros ojos les llevó un rato acostumbrarse a estar ahí, pero nuestras mentes seguían aturdidas y entender en qué clase de lugar estábamos se hizo una tarea complicada.

Nos veíamos reflejados enfrente de nosotros, pero había algo extraño en la manera en que nos veíamos. Estábamos en una sala llena de espejos. Uno de estos laberintos que podrías encontrar como atracción en una feria, pero, ¿qué hacía algo así en un lugar como ese? Desde luego esta gente tiene una extraña obsesión con los espejos. Y tampoco parecen preocuparse mucho por la comodidad de sus visitantes.

Avanzar en cualquier dirección se hacía horriblemente difícil. Quien hubiera diseñado el recorrido realmente pensó en colocar los cruces y los giros de la manera menos intuitiva posible. Gina y yo no parábamos de chocarnos contra cristales mientras pensábamos que seguíamos la dirección adecuada.

Tras unos cuantos golpes, promesas de chichones y moratones, llegamos a una puerta con un marco rojo. La ansiedad y la incertidumbre eran muy intensas, pero con lo que había costado llegar hasta ahí lo mínimo que se podía hacer era echar un vistazo.

Gina exclamó horrorizada en cuanto observamos el otro lado de la puerta, y no era para menos. Se trataba de una visión traumática. Habíamos encontrado al hombre del maletín, o por lo menos su cuerpo inerte tirado en el suelo de un pequeño armario, y sin maletín.

Llegados a este punto, ¿qué sería lo correcto a hacer? Nuestro objetivo principal era descubrir a dónde se dirigía ese hombre, y ya lo habíamos encontrado. El instinto de supervivencia florecía e insistía en salir de ese sitio, desde luego era peligroso y perfectamente había motivos para acabar como el hombre que yacía enfrente de nosotros. Probablemente quien lo dejó ahí era la misma persona que bajaba en ascensor, quizás supo que habíamos entrado. El hombre del maletín parecía dejado ahí sin ningún tipo de cuidado, y la puerta roja era la más próxima al ascensor, si sabías moverte por el laberinto.

Contra toda lógica, decidimos terminar de investigar la sala, aunque no íbamos a abrir ninguna otra puerta hasta tener las cosas claras. Pensamos que sería buena idea ir todo el rato juntos pese a tardar más en explorar. Lo más seguro es que nos perdiéramos y no fuéramos capaces de encontrarnos entre los reflejos, y eso sería desesperante.

Después de lo que pareció una eternidad conseguimos hacernos una vaga idea del concepto del laberinto, aunque ni por asomo conseguíamos movernos con soltura a pesar del tiempo que llevábamos ahí metidos. Al final de cada recorrido, cuando el laberinto llegaba a la pared, había una puerta similar a la que encontramos al principio con el hombre muerto dentro. La peculiaridad del asunto es que cada puerta tenía el marco de un color distinto pintado, con una variedad tremenda de colores para elegir. Evidentemente un código interno fácil de aprender, pero sin pistas era arriesgado elegir una puerta rezando porque no estuviera la muerte al otro lado.

Finalmente Gina dio en el clavo, aunque no de la manera que ella esperaba:

-¡Jueff, ya lo tengo! Esta gente no piensa más que en espejos, así que el camino que buscamos estará tras el color de los espejos. Vayamos a la puerta con el marco plateado, creo recordar cómo llegar.

-Buenísima observación. Seguro que esa es la solución. Ven, por aquí creo que había una puerta verde un poco oscuro.

-¿Qué dices? Los espejos son de color plateado.

-¡Ajá! Eso es lo que quieren que pensemos, pero no vamos a picar. Esta gente no es tonta, y si de verdad es esa la clave es perfecta para los que caigan en la cultura popular.

-¿Cómo que los espejos no son plateados?

La cara que ponía Gina exigía una explicación inmediata, así que la di mientras hacíamos camino hasta la puerta que yo decía.

-Los colores que perciben nuestros ojos son ondas del espectro visible de la luz. Todas las cosas absorben la luz, que contiene las ondas de todos los colores, y reflejan aquellos colores que no absorben, de forma que todo es del color que no puede absorber. Así, cuando ves una manzana roja, es porque la luz típica blanca le golpea y absorbe todos los colores del espectro excepto el rojo, que es el que llega a tus ojos.
Volviendo a los espejos, el mecanismo es el mismo. La única diferencia es que los espejos están hechos para reflejar la luz por completo. Un espejo ideal refleja todas las ondas de luz que le llegan y por eso nos vemos reflejados en ellos. Por desgracia, en el mundo real las cosas no funcionan tan bien. Todos los espejos absorben algo de luz. No la suficiente como para preocuparse, pero estudios que se han hecho han demostrado que los espejos reflejan (es decir, no absorben) especialmente bien comparado a las demás las frecuencias de onda que detectamos como verde.
Ya te digo, el efecto es insignificante a la hora de mirar un espejo, pero cuando te colocas entre dos espejos y observas el túnel infinito que se crea, puedes ver claramente cómo al final se empieza a ver todo en un tono verdoso. La luz viaja de un espejo a otro y en cada viaje pierde un poco de todos los colores menos el verde.
Es típico pensar que son plateados porque normalmente se muestran de esa manera en imágenes, y lo cierto es que se hacen de materiales de aspecto plateado como el aluminio o el mercurio, pero el verdadero color de un espejo es el verde, y esta gente lo sabe seguro.

Con todo esto acabamos llegando ante la puerta con el marco verde. No quería mencionarlo en alto para no inquietarla, pero Gina estaba confiando ciegamente en mí. Sí, lo que le acababa de explicar era cierto, pero, ¿por qué tendría que ser esa la solución? Había por lo menos quince puertas más. Seguro que si lo pensábamos bien encontrábamos otra posible salida.

Pero ya era tarde. Estábamos frente a la puerta y la decisión parecía tomada desde el mismísimo momento en el que nos encontramos en el andén de la estación, momento que daba la impresión de haber ocurrido en otra época después de todo lo que había ocurrido desde entonces.

Estaba claro que había que seguir adelante.


1 comentarios:

Felipe dijo...

Va tío, mátala.

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