Es buena

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He aquí un nuevo sketch:

Aparece un chico en bicicleta con una botella de agua en la cesta de la bicicleta.
Al cruzar un semáforo golpea el bordillo de la acera y de la sacudida la botella de agua salta de la cesta y cae al suelo. El chico es consciente de que ha caído la botella pero no quiere parar para recogerla. Por eso, mirando hacia atrás, grita a los que están mirando:

"¡Es buena! ¡Pueden cogerla si quieren!"

Y el chico desaparece. Todos los peatones presentes miran la botella pero ninguno la recoge. En cambio, cuando llega alguien al semáforo le dicen la misma frase: "Es buena. Puedes cogerla si quieres."

El sketch muestra más imágenes de gente que llega a ese semáforo y le dicen la frase a lo largo del día hasta que se hace de noche. El bar que hay al lado del semáforo cierra y el dueño pega una nota en la botella que dice: "Es buena. Se puede coger."

A la mañana siguiente un barrendero pasa y mira la botella con su nota, pero no la coge. Se va mostrando cómo pasa más gente de nuevo y de repente pasa el chico de nuevo por ahí. Ve la botella, se agacha a cogerla y dice: "Desconfiados..."


"Historias" 05

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[ALERTA SPOILERS]
Esta entrada pertenece a una serie de entradas que componen un relato que estoy escribiendo. Si tienes interés en leerlo todo desde el principio puedes ir a las etiquetas que hay en la parte derecha y clickar en "Relatos". Ahí tendrás todo en orden inverso, así que tendrás que empezar desde abajo del todo e ir subiendo. Si eres un masoca al que le gusta saber el final antes de empezar la historia o simplemente te divierte mirar letras puedes seguir leyendo bajo tu propia responsabilidad. Gracias.
 
 
 
Llegamos a la intrigante Torre Arena. Resultaba ser un centro comercial en las plantas más bajas, seguido por encima por un montón de oficinas en los pisos superiores y finalmente, donde nos encontrábamos entonces, un mirador enorme que rodeaba todo el edificio.
 
-¡Fíjate, Jeff! Desde aquí se puede ver toda la ciudad.
 
La verdad es que estaba bastante impaciente por echar un vistazo, pero antes tenía que ocuparme de lo que había ido a hacer allí. No había mirado la hora desde que dejamos el metro, pero calculé que debían ser las siete y cuarto más o menos. Había tiempo de sobra para verlo todo. El sitio estaba claramente pensado para fines turísticos: un paseo muy ancho para ver la ciudad desde cualquier ángulo, cafeterías y restaurantes por la parte interior del mirador, prismáticos para ver los paisajes más lejanos y, evidentemente, gente a rebosar. Bastantes parejas, grupos de turistas, niños corriendo de un lado a otro... Desde luego no se trataba de un lugar íntimo, fuera para lo que fuera la misteriosa cita a la que invitaba la tarjeta de la estación.
 
Gina había ido corriendo a asomarse al borde, pero yo aún estaba prácticamente en la puerta del ascensor que nos había subido. Entre los dos vi una rosa de los vientos pintada en el suelo. Gina estaba mirando justamente el norte, pero dada la hora que era seguro que era mucho más emocionante mirar al oeste. Justo al mirar hacia mi izquierda encontré lo que buscaba: una estación meteorológica. Indicaba que eran las 19:18 (en fin, me fui un poquito), la temperatura era de veintitrés grados Celsius, la presión atmosférica de mil seis milibares y la humedad relativa del cincuenta y cuatro por ciento. Encima de la estación había una veleta que indicaba que el viento iba en dirección sureste. Me parecía extraño. La tarjeta especificaba que hiciera veintisiete grados. ¿Quería decir eso que sólo ocurriría algo si la temperatura era de veintisiete grados? ¿Qué clase de predicción es esa, para saber la temperatura que hará exactamente en un lugar a una hora concreta?
 
Me acerqué a Gina. Evidentemente, las vistas eran espectaculares. Me sorpendió que fuera gratis subir hasta ahí. Disfruto mucho con la vista aérea de una ciudad, y más aún con ciudades nuevas para mí. Ver un mapa y orientarme rápidamente para saber llegar a los sitios es uno de mis desafíos favoritos.
 
Decidimos dar una vuelta entera al mirador. Teníamos bastante tiempo. Gina aprovechó para señalarme los lugares más característicos de la ciudad, aunque creo que sólo me enseñó otros edificios altos.
 
Se hicieron casi las siete y media y empezamos a buscar entre la gente. Había muchísima, pero un hombre trajeado no podía pasar muy desapercibido por muchas personas que hubiera. Miré el termómetro una vez más. Ahora marcaba veintidós grados. No tenía sentido...
 
Gina y yo empezamos a dar vueltas por el mirador cada vez más deprisa. Tenia que estar ahí ya, no podía tardar en aparecer. Quizás era algo muy fugaz, un intercambio de 10 segundos, el maletín lleno de dinero por las joyas robadas de un palacio austríaco. Seguro que ocurría justo cuando estuviéramos en la parte opuesta del mirador y nos lo perdíamos.