Vuelvo pronto a casa

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Cada vez que le hablaba del último sobre rechazado me apartaba la mirada y se pasaba un rato sin dirigirme la palabra. Le hacía sentir culpable y su manera de aliviarse era fingir que no ocurría nada, aunque eso no cambiaba la situación. Se quedaba quieta, callada, desnuda entre los reflejos de las luces de la noche. Tan hermosa como salida de un cuadro en aquel instante, pero mi cabeza no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera cómo explicar lo nuestro cuando su marido volviera de la guerra.


¿Quién engañó a Margaret?

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Era de los pocos detectives honrados que quedaban en la ciudad. Se encontraba enfrascado en el caso más complejo que su memoria podía recordar, pero todavía le quedaban recursos. Sus buenas acciones le habían ganado el favor de mucha gente con información de interés. Volvió a su piso y no podía creer el escaparate que tenía montado ante sus ojos: Los cuadros desaparecidos, las joyas robadas y un montón de fajos de billetes. Todo lo que andaba buscando estaba delante de él, en sus narices. Le habían tendido una trampa. “¿Por qué, Margaret?”, pensó mientras el jefe inspector de policía le echaba el humo de su cigarrillo en la cara.


El coste de todo

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Vivir a lo grande de los bienes gananciales. Es lo único que había conocido desde pequeña. Tenía toda clase de lujos y comodidades con sólo desearlos. Como el chalet de tres pisos con piscina. Como todos los vestidos y zapatos imaginables cuya función principal era decorar los armarios. Como el deportivo descapotable deslumbrando su color favorito. Como la botella de vodka que se bebió antes de irse de la fiesta. Como todo lo que nunca podrá tener la familia que murió en el accidente.