Trabajo

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No me importa hacer más faena de la que debería. Nunca me ha asustado el trabajo duro. Eso mismo representaba la casa Hufflepuff de Hogwarts, aunque esa reflexión siempre pasaba desapercibida.

Aquella gente que no reuniera las condiciones para entrar en otra casa caía a Hufflepuff. Por eso la gente se reía de ellos, eran los tontos que han tenido que meter en algún sitio por no devolverlos a casa.

Pero hay algo que la gente quizás no sepa ver de los Hufflepuff: no tienen miedo al esfuerzo. Y, aunque no parezca cierto, con dedicación un "inútil" Hufflepuff puede lograr mejores resultados en cualquier campo que otra persona más capacitada a ojos del sombrero seleccionador.

Yo me siento un Hufflepuff. Hace años encontré de manera aleatoria (revisa lo que he escrito últimamente para juzgar si fue de verdad casualidad) la frase Aquí, para ser jefe, hay que currar.

Al principio no tenía claro lo que significaba. Creía que era simplemente un mensaje diciendo que hay que estudiar para aprobar. Pero con el tiempo he ido descubriendo que el Aquí del que habla se refiere a la vida misma. La clave para tener éxito, para ser jefe, está en currárselo.

Como un Hufflepuff.


Weekend Never Ends

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No importa lo que haya. No dejes que las cosas te agobien. Que no te chafe pensar que no te llena lo que haces porque es mentira.

Vive cada día como si fuera aquello que harías en el fin de semana, que es cuando se supone que puedes hacer lo que quieras.

No pongas excusas. Claro que puedes con todo, lo que pasa es que igual no quieres. Inténtalo y si lo haces con ganas verás que es cierto y que se puede sacar más partido a todo. Si te rindes, que pese sobre tu conciencia.

Pero ten una cosa bien clara:
Weekend never ends


¿En qué quedamos?

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Esto es algo que escribí antes de crear el blog, pero quiero guardarlo aquí con todo lo demás.

Miras la hora y ves cómo pasa de las 22:13 a las 22:14.

Te sientes superior, eres Dios. Has hecho que el reloj cambie sólo con mirarlo, lo has intimidado.
El universo parece girar alrededor de ti al fin.

¿Seguro? Al fin y al cabo tuviste suerte al acertar en qué segundo mirar la hora. Tenías una posibilidad entre 60 de conseguirlo. No parece tan prodigioso después de todo.

Igual que cuando llegas a la estación y coges el metro en el último momento. No hay quién te saque de tu felicidad.

Eres más guay que el resto de gente que perdió algún minuto de su vida esperando el maldito metro.
No creo que tenga mucho mérito. Pasan metros cada 6-8 minutos. Probablemente sea más difícil cambiar la hora del reloj con sólo mirarla dos minutos seguidos.

O cuando vas a tu tienda de discos y ves un disco que compraste hace tiempo de oferta y que han vuelto a ponerlo de oferta, pero más caro que cuando lo compraste tú.

¿Qué es eso? Simplemente haber estado en el lugar adecuado en el momento adecuado. Casualidades, cadenas de eventos que te han llevado ahí.

Nos encanta sentirnos especiales en esos momentos que, si los analizas bien, no son más que estadísiticos.
Sin embargo te cae una cagada de pájaro y el mundo se viene abajo.

¿Acaso tienes idea de todo el terreno que tenía ese ave para cagar? ¿De la cantidad de centímetros cuadrados donde tenía para elegir?

Y justamente va a parar a ti. ¡Qué coña! Debes ser el elegido o algo.

Llegas a casa y una tormenta terrible ha caído en tu barrio y ha hecho trizas tu casa. Eso sí, las de los demás están intactas. Ellos son unos desgraciados.

Madre mía, ¿un temporal en una ciudad donde apenas llueve cincuenta días al año? ¿Y ha ido a parar sólo a lo tuyo?

Joder, macho. Ni se te ocurra comprar lotería en los próximos meses porque ya has gastado toda tu suerte de momento.

¿En qué quedamos, Sergio?


Control

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De pronto todo empezó a moverse solo. Agarré el volante tratando de corregir el rumbo, pero era imposible. Había perdido el control.

En todo momento me parecía ir mal encauzado, como si fuera a chocar con cualquier cosa, pero los mandos no respondían y yo avanzaba hacia delante.

Entonces el agua lo cubrió todo, ya no había nada que ver. Estaba atrapado y descontrolado. De todas las opciones posibles, lo mejor que se podía hacer era asumir la situación y llegar al final tratando de disfrutar la situación al máximo posible.

Y fue justo en ese momento, cuando la situación pudiera empezar a resultar cómoda, cuando apareció la luz al final. La confianza y la seguridad volvían conforme me acercaba a la salida, y entonces volví a ser amo de los controles.

Aunque asustado, lo repetiría. La próxima vez estaré confiado antes incluso de perder el control.


"Historias" 12

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[ALERTA SPOILERS]

Esta entrada pertenece a una serie de entradas que componen un relato que estoy escribiendo. Si tienes interés en leerlo todo desde el principio puedes ir a las etiquetas que hay en la parte derecha y clickar en "Relatos". Ahí tendrás todo en orden inverso, así que tendrás que empezar desde abajo del todo e ir subiendo. Si eres un masoca al que le gusta saber el final antes de empezar la historia o simplemente te divierte mirar letras puedes seguir leyendo bajo tu propia responsabilidad. Gracias.


Para sorpresa de ambos, no se veía a nadie dentro del edificio. Las luces estaban encendidas muy tenuamente y no había nadie tras el mostrador de recepción. Tenía sentido que no quedara nadie trabajando a esas horas, ¿pero por qué estaba abierto? Supongo que la respuesta estaría relacionada con el hombre del maletín, pero hacía tanto que no sabíamos de él que casi me había olvidado del motivo por el cual estábamos en ese lugar.

En el centro de la planta baja había un estanque enorme. En medio, suspendida en el aire, colgaba una esfera metálica de dimensiones exorbitantes. El pulido de la superficie era excelente. A pesar de sus dimensiones no se apreciaba ni una sola rugosidad y el reflejo que se veía mostraba una imagen de la sala excepcional.

Gina me sacó de mi estupefacción haciendome ver los ascensores que había al lado de recepción. Había dos, y casualmente estaban los dos en el piso 28. Nos quedamos un momento observando las pantallas que así lo indicaban. Entre los dos decidimos llamarlo para subir. No tenía pinta de que lo hubiera usado alguien que no fuera el hombre del maletín, aunque era extraño que ambos ascensores compartieran ubicación.

Al apretar el botón la pantalla de la izquierda empezó a cambiar el número mostrado.

Cuando apareció el número 22 la otra pantalla empezó a indicar que el otro ascensor bajaba también.

-¡Jueff, nos han descubierto!- exclamó Gina.
 -No pasa nada. Tenemos tiempo para maniobrar, pero hay que ser rápidos y precisos. En cuanto se abran las puertas de nuestro ascensor nos metemos sin vacilar un instante.

La pantalla izquierda marcaba el número 10 en ese momento. Gina y yo estábamos cada vez más nerviosos. No podíamos hacer más que permanecer inmóviles mientras veíamos cómo nuestro perseguidor se acercaba. Podía ser perfectamente el fin de la historia y lo veíamos venir lentamente en forma de cuenta atrás.

Ya estaba en el piso 3... piso 2... piso 1... Maldita sea, se hizo un mundo hasta que se abrieron las puertas. La otra pantalla marcaba el número 4 en ese momento. Rápidamente nos metimos en el ascensor y pulsamos el número 28. El botón correspondiente se iluminó, pero las puertas tardaron en reaccionar.

No podía haber ido más apurado. Escuchamos las otras puertas abrirse a la vez que se terminaron de cerrar las nuestras.

Gina y yo suspiramos de alivio a la vez. Nos habíamos conseguido librar de momento. Así como la espera se había hecho eterna, el momento de subir pasó fugazmente. Pese a todo, nos sentíamos seguros dentro de ese ascensor. Aún rodeados de peligro, esa caja nos aislaba de todo y nos protegía, aunque era una falsa sensación de seguridad.

En los espejos que cubrían todas las paredes se veían claramente reflejados en nuestras caras el miedo y la incertidumbre que nos invadía. Gina y yo nos abrazamos cálidamente. Por muy calmados que estuviéramos tras el momento de tensión, sabíamos más que de sobra que nada nos protegería al atravesar las puertas otra vez.