"Historias" 01

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Todo empezó en un tren.

Salía a la búsqueda de historias. Nada me llamaba a hacer ese viaje, simplemente la esperanza de encontrar lo que necesitaba. No hago gran cosa, me dedico a escribir. Paso un tiempo recluido, amoldando y retocando las historias que tengo y cuando las termino voy a publicarlas. Eso es lo que me da dinero y me da la capacidad de sobrevivir en esta sociedad. A veces gano bastante, a veces gano poco, y a veces ni gano. Eso es lo que determina mi existencia más próxima. Si no tengo mucho dinero no me queda más remedio que esforzarme y conseguir otra historia antes de agotar mis recursos. Lo malo de mis historias forzadas es que nunca figuran entre las mejores.

Por suerte, ahora mismo no estoy en ese caso. Mi última historia fue bastante provechosa y me he podido permitir unos meses de reposo. Aún así, empiezo a ver el fin de esta tranquilidad. Un viaje en tren significa sin duda acercar más ese fin, pero también implica potenciar la inspiración. De modo que es un riesgo que estoy dispuesto a tomar.

Alguien dijo una vez que las historias sólo les ocurren a aquellos que son capaces de contarlas. De la misma forma, las experiencias sólo les ocurren a aquellos capaces de vivirlas. Hasta hoy he contado bastantes historias, aunque no todas las viví personalmente. Esta vez busco una experiencia propia, algo que vivir para contarlo, aunque realmente prefiero dejarlo en manos del azar y que me ocurra lo que me tenga que ocurrir. Lo malo es que eso incluye la posibilidad de volver con las manos vacías, y eso no sería nada bueno.

Es curioso. Apuesto a que cada persona de este vagón tiene una historia, algo que contar si les preguntara qué hacen en el tren. Probablemente la mayoría serían irrelevantes e intrascendentes para la existencia humana, lo cual no tendría mucho éxito comercial. No es que esté pensando en robar la historia de otro, no soy un ladrón. Voy buscando la mía.

Pero ese es el asunto: mi historia es que no tengo historia.

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¡Saludos, gente curiosa!

El motivo de esta entrada es bien distinto a todo lo que haya podido haber antes en este blog.

Pretendo anunciar un tipo de entrada periódica que habrá próximamente aquí. Recientemente tuve una inspiración para una historia y la estoy convirtiendo en parábola, novela corta, relato corto no tan corto... no sé muy bien cómo clasificarla.

De hecho mi intención es dar el mínimo de información posible, pues quiero que os enfrentéis a ello totalmente como un plato frío que hay encima de la mesa y que lo vayáis descubriendo poco a poco hasta que lo digiráis por completo.

Lo único que puedo decir de momento es que, si todo va bien, cada viernes en este blog habrá una parte nueva de este relato que tengo en mente.

El objetivo de poner este horario es motivarme para escribirlo. Llevo más de un mes con la idea pero lo voy retrasando constantemente. Si siento un poco de presión por haberme puesto fecha de entrega me aseguro de que al menos voy a sacar algo de la idea, que es bastante mejor que dejarlo como nada.

Así que ya sabéis. Si queréis seguir el proyecto personal más grande que probablemente haya creado no tenéis más que hacer una visita semanal por aquí.

Sed buenos, lavaos el pelo y nos veremos próximamente.

Surrealismo universal

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No siempre es necesario irse a otros universos para vivir experiencias surrealistas y extrañas.

Eso es lo que pensé el otro día al recordar una cosa que me ocurrió hace un poco más de un año. Yo tenía 18 años, a punto de cumplir 19, y estaba caminando por el centro.

De repente una mujer me hizo una señal para que parara y me preguntó si tenía más de 18 años. Le dije que sí, y ya que faltaba poco para mi cumpleaños le dije que tenía 19. ¿Qué más daba?

Después me preguntó si tenía un poco de tiempo para hacerme una encuesta. Yo ya había hecho todo lo que tenía que hacer en el centro y estaba a punto de coger una bici para irme a mi casa, así que dije que vale, que no me importaba.

Entonces nos metimos en un edificio que me dio la impresión de ser un hotel. ¡Pero menudo hotel! El pasillo de la planta baja estaba abarrotada de lámparas y adornos dorados, había espejos por todas las paredes y el suelo estaba cubierto por una gran gran alfombra roja. Desde fuera jamás hubiera imaginado que el interior pudiera ser así. Fuimos hasta el final del pasillo, donde había un ascensor, y subimos al primer piso (o tal vez al cuarto, no lo recuerdo muy bien).

El ascensor daba directamente a una sala enorme, como un salón de restaurante gigantesco, solo que habían retirado todas las mesas excepto unas pocas en las que había gente sentada. La mujer que me había reclutado me asignó una mesa en la que había otra mujer sentada y ésta me contó de qué iba el asunto.

Al parecer ciertas empresas de bebidas alcohólicas estaban pensando en lanzar al mercado nuevas bebidas y estaban haciendo encuestas a la gente para ver si tendrían éxito comercial. Había seis bebidas nuevas, de las cuales yo iba a probar tres al azar.

Empezó a pedirme los datos personales. Mi nombre y apellidos, dirección, número de teléfono, etc... Pero cuando me preguntó la edad me paré a pensar. Antes había dicho 19, pero ahora me parecía todo más serio como para mentir, así que dije la verdad. Al decir mi verdadera edad vi una expresión extraña en la mujer que me había cogido en la calle. Se sentía bastante engañada, y apuesto a que incluso empezó a dudar que fuera mayor de edad. Pero no dijo nada y se lo agradezco.

Tras responder otras preguntas generales sobre mí y sobre el consumo habitual de alcohol que tengo me prepararon la primera copa. Llegado a este punto tengo que decir que esta no era ni la primera ni la segunda vez que me hacían una encuesta de este tipo. Y con la experiencia sentía que en esos momentos mi opinión era realmente relevante y servía para algo, así que trataba de ser lo más sincero posible y no me callaba nada.

Primero me preguntaron si me transmitía alegría el aspecto del cubata (antes de probarlo). Le dije que no. Tenía un color parecido al de un melocotón apagado. No llamaba mucho la atención. Después me dijo que lo probara. Le pegué un trago y... ¡Joder! ¡Estaba asqueroso! Nunca me dijeron qué tenía lo que me daban (o tal vez sí, pero no lo recuerdo muy bien), pero aquél cubata no me gustó nada.

Seguí contestando más preguntas sobre esa bebida (¿compraría esta bebida?, ¿se la recomendaría a sus amigos?, etc...), pegando algún sorbo en algún momento para recordar el gusto exacto que tenía, y al acabar me prepararon la segunda copa.

Ésta fue un poco mejor que la otra. Me gustó más y le pegué más sorbos que antes. Respondí las mismas preguntas que me habían hecho con el primero. Los efectos del alcohol empezaban a hacer efecto y creo que empezaron a afectar a mi sentido crítico.

El tercer cubata que me trajeron fue un mojito. Lo interesante del asunto es que era de una empresa que no hacía mojitos y quería probar a hacerlos.

Le pegué el primer trago y me preguntaron si me había gustado. Mi respuesta fue: "Espera que lo pruebe otra vez". La mujer que iba preparando las copas dijo "Uuuy. Éste ya va tocado", a lo que me giré y le dije "¡Eh! Que todavía voy bien".

Terminé la encuesta bien, me dieron un vale descuento para El Corte Inglés y, antes de irme, la mujer me sacó un papel que tenía que firmar. Me dijo que ya que había consumido alcohol, eso era una especie de justificante de que lo había hecho por voluntad propia y que bajo mi propia responsabilidad no iba a conducir un vehículo ni a manejar maquinaria pesada en las siguientes horas. Al explicármelo dije "Genial, porque no he venido en coche" y me acerqué el papel para firmarlo mientras aclaraba "Me voy en bici".

La mujer puso cara de alarma y me sujetó el papel para que no lo firmara todavía. "No, no puedes ir en bici tampoco". "¿Cómo que no puedo ir en bici? Si voy bien". En esa época viví mi máximo exponente de moverme en bicicleta, así que prohibírmelo era una afrenta bastante personal. "Ya, pero si te pararan o algo nos meterías en problemas". Lo pensé un momento. "Vaaale, me iré andando". Y me cedió el papel para firmar.

Entonces la mujer que me cogió en la calle me volvió a acompañar al ascensor y bajamos del cuarto piso (o del primero, no lo recuerdo muy bien) y me dejó en la puerta de aquel edificio.

De repente me acogió una extraña sensación. Me encontraba exactamente en el mismo lugar que media hora antes. Ya debería haber llegado a casa, pero seguía allí, había empezado a oscurecer y tenía cierta euforia alcohólica. Era difícil de entender lo que me había ocurrido. Parecía como si el tiempo hubiera decidido avanzar sin mí durante ese rato, como si hubiera logrado separarme de él.

Dejé de darle vueltas al asunto, cogí una bici y volví a casa.


Trolling

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Si alguna vez tenéis una afrenta personal contra una carnicería y planeáis vengaros pero no sabéis cómo os doy una pequeña idea para sembrar el caos:

Id a la carnicería y fijáos en el número por el que están atendiendo (supongamos para los cálculos que van por el 53). Id a coger número vosotros y mirad qué número es (supongamos que es el 57).
El siguiente paso es arrancar muchos, muchos números. Esos rollos son enormes y cuando pasan del 99 vuelven al 00, así que para hacer esto bien habría que arrancar hasta el número que están atendiendo en ese momento (en este ejemplo es el 53, de forma que el siguiente número que se cogería es el 54).

Si sois capaces de hacer ese paso sin ser descubiertos sois unos auténticos maestros del disimulo.

Ahora sólo falta esperar a que el caos llegue él solo. Pueden ocurrir varias cosas:

La primera opción es que alguien entre a la carnicería y coja un número. Cuando vayan a atender al siguiente dirán "¡54!" y dos personas se verán forzadas a pelear entre ellas por el derecho a ser atendidas ante los ojos atónitos del carnicero. Con suerte el evento se repetirá para el 55, 56 y 57.

Lo segundo es que nadie entre en la carnicería antes de que pasen al 54. Ésto es mucho más rallante para el cliente y el carnicero. El cliente cogerá el número y, si van por el 55, se dará cuenta de que faltan 99 números para que le atiendan. El carnicero pasará al 58 y nadie dirá nada aunque esté ese cliente solo. Entonces le enseñará el número al carnicero y su mente explotará al no entender qué está ocurriendo.

O probablemente piense que es por culpa del imbécil ese que cinco minutos antes salió de la carnicería con las manos llenas de papelitos.


¡SILENCIO!

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He aquí una idea para un sketch:

Hay una reunión de ejecutivos en una empresa. Todo normal salvo por el hecho de que son todos sordomudos.

El director está de pie, liderando la reunión, mientras habla por gestos a la vez que aparecen subtítulos en la parte de abajo.
Entonces un par de personas de la reunión empiezan a hablar entre ellas (por gestos, naturalmente).
El director se da cuenta y deja de hablar de negocios para decir que se callen, que están molestando.
Los que están hablando no se fijan en el director y siguen hablando entre ellos, pero los demás sí que lo ven y ante la situación deciden hablar entre ellos también.

El sketch termina con el director cabreadísimo gritando que todo el mundo se calle y amenazándoles con despedirles, pero nadie le hace caso.

Durante toda la escena no se escucha un sólo sonido.