Era de los pocos detectives
honrados que quedaban en la ciudad. Se encontraba enfrascado en el caso más
complejo que su memoria podía recordar, pero todavía le quedaban recursos. Sus
buenas acciones le habían ganado el favor de mucha gente con información de
interés. Volvió a su piso y no podía creer el escaparate que tenía montado ante
sus ojos: Los cuadros desaparecidos, las joyas robadas y un montón de fajos de
billetes. Todo lo que andaba buscando estaba delante de él, en sus narices. Le
habían tendido una trampa. “¿Por qué, Margaret?”, pensó mientras el jefe
inspector de policía le echaba el humo de su cigarrillo en la cara.
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