Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”,
“espumadera” o “colesterol”. Pero la noche es profunda aún y promete hacerse
eterna. No entiendo qué ha podido salir mal. Ella conocía de sobra las palabras
secretas y las instrucciones eran más que claras: “si algo va mal, di una de
las palabras y pararé”. Todo lo demás es ignorado. Gritos, forcejeos, forma
todo parte del juego, y yo he seguido hasta el final. Pobre chica. Espero poder
ir al cielo a pesar de todo.
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