Miras la hora y ves cómo pasa de las 22:13 a las 22:14.
Te sientes superior, eres Dios. Has hecho que el reloj cambie sólo con mirarlo, lo has intimidado.
El universo parece girar alrededor de ti al fin.
¿Seguro? Al fin y al cabo tuviste suerte al acertar en qué segundo mirar la hora. Tenías una posibilidad entre 60 de conseguirlo. No parece tan prodigioso después de todo.
Igual que cuando llegas a la estación y coges el metro en el último momento. No hay quién te saque de tu felicidad.
Eres más guay que el resto de gente que perdió algún minuto de su vida esperando el maldito metro.
No creo que tenga mucho mérito. Pasan metros cada 6-8 minutos. Probablemente sea más difícil cambiar la hora del reloj con sólo mirarla dos minutos seguidos.
O cuando vas a tu tienda de discos y ves un disco que compraste hace tiempo de oferta y que han vuelto a ponerlo de oferta, pero más caro que cuando lo compraste tú.
¿Qué es eso? Simplemente haber estado en el lugar adecuado en el momento adecuado. Casualidades, cadenas de eventos que te han llevado ahí.
Nos encanta sentirnos especiales en esos momentos que, si los analizas bien, no son más que estadísiticos.
Sin embargo te cae una cagada de pájaro y el mundo se viene abajo.
¿Acaso tienes idea de todo el terreno que tenía ese ave para cagar? ¿De la cantidad de centímetros cuadrados donde tenía para elegir?
Y justamente va a parar a ti. ¡Qué coña! Debes ser el elegido o algo.
Llegas a casa y una tormenta terrible ha caído en tu barrio y ha hecho trizas tu casa. Eso sí, las de los demás están intactas. Ellos son unos desgraciados.
Madre mía, ¿un temporal en una ciudad donde apenas llueve cincuenta días al año? ¿Y ha ido a parar sólo a lo tuyo?
Joder, macho. Ni se te ocurra comprar lotería en los próximos meses porque ya has gastado toda tu suerte de momento.
¿En qué quedamos, Sergio?
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