Surrealismo universal

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No siempre es necesario irse a otros universos para vivir experiencias surrealistas y extrañas.

Eso es lo que pensé el otro día al recordar una cosa que me ocurrió hace un poco más de un año. Yo tenía 18 años, a punto de cumplir 19, y estaba caminando por el centro.

De repente una mujer me hizo una señal para que parara y me preguntó si tenía más de 18 años. Le dije que sí, y ya que faltaba poco para mi cumpleaños le dije que tenía 19. ¿Qué más daba?

Después me preguntó si tenía un poco de tiempo para hacerme una encuesta. Yo ya había hecho todo lo que tenía que hacer en el centro y estaba a punto de coger una bici para irme a mi casa, así que dije que vale, que no me importaba.

Entonces nos metimos en un edificio que me dio la impresión de ser un hotel. ¡Pero menudo hotel! El pasillo de la planta baja estaba abarrotada de lámparas y adornos dorados, había espejos por todas las paredes y el suelo estaba cubierto por una gran gran alfombra roja. Desde fuera jamás hubiera imaginado que el interior pudiera ser así. Fuimos hasta el final del pasillo, donde había un ascensor, y subimos al primer piso (o tal vez al cuarto, no lo recuerdo muy bien).

El ascensor daba directamente a una sala enorme, como un salón de restaurante gigantesco, solo que habían retirado todas las mesas excepto unas pocas en las que había gente sentada. La mujer que me había reclutado me asignó una mesa en la que había otra mujer sentada y ésta me contó de qué iba el asunto.

Al parecer ciertas empresas de bebidas alcohólicas estaban pensando en lanzar al mercado nuevas bebidas y estaban haciendo encuestas a la gente para ver si tendrían éxito comercial. Había seis bebidas nuevas, de las cuales yo iba a probar tres al azar.

Empezó a pedirme los datos personales. Mi nombre y apellidos, dirección, número de teléfono, etc... Pero cuando me preguntó la edad me paré a pensar. Antes había dicho 19, pero ahora me parecía todo más serio como para mentir, así que dije la verdad. Al decir mi verdadera edad vi una expresión extraña en la mujer que me había cogido en la calle. Se sentía bastante engañada, y apuesto a que incluso empezó a dudar que fuera mayor de edad. Pero no dijo nada y se lo agradezco.

Tras responder otras preguntas generales sobre mí y sobre el consumo habitual de alcohol que tengo me prepararon la primera copa. Llegado a este punto tengo que decir que esta no era ni la primera ni la segunda vez que me hacían una encuesta de este tipo. Y con la experiencia sentía que en esos momentos mi opinión era realmente relevante y servía para algo, así que trataba de ser lo más sincero posible y no me callaba nada.

Primero me preguntaron si me transmitía alegría el aspecto del cubata (antes de probarlo). Le dije que no. Tenía un color parecido al de un melocotón apagado. No llamaba mucho la atención. Después me dijo que lo probara. Le pegué un trago y... ¡Joder! ¡Estaba asqueroso! Nunca me dijeron qué tenía lo que me daban (o tal vez sí, pero no lo recuerdo muy bien), pero aquél cubata no me gustó nada.

Seguí contestando más preguntas sobre esa bebida (¿compraría esta bebida?, ¿se la recomendaría a sus amigos?, etc...), pegando algún sorbo en algún momento para recordar el gusto exacto que tenía, y al acabar me prepararon la segunda copa.

Ésta fue un poco mejor que la otra. Me gustó más y le pegué más sorbos que antes. Respondí las mismas preguntas que me habían hecho con el primero. Los efectos del alcohol empezaban a hacer efecto y creo que empezaron a afectar a mi sentido crítico.

El tercer cubata que me trajeron fue un mojito. Lo interesante del asunto es que era de una empresa que no hacía mojitos y quería probar a hacerlos.

Le pegué el primer trago y me preguntaron si me había gustado. Mi respuesta fue: "Espera que lo pruebe otra vez". La mujer que iba preparando las copas dijo "Uuuy. Éste ya va tocado", a lo que me giré y le dije "¡Eh! Que todavía voy bien".

Terminé la encuesta bien, me dieron un vale descuento para El Corte Inglés y, antes de irme, la mujer me sacó un papel que tenía que firmar. Me dijo que ya que había consumido alcohol, eso era una especie de justificante de que lo había hecho por voluntad propia y que bajo mi propia responsabilidad no iba a conducir un vehículo ni a manejar maquinaria pesada en las siguientes horas. Al explicármelo dije "Genial, porque no he venido en coche" y me acerqué el papel para firmarlo mientras aclaraba "Me voy en bici".

La mujer puso cara de alarma y me sujetó el papel para que no lo firmara todavía. "No, no puedes ir en bici tampoco". "¿Cómo que no puedo ir en bici? Si voy bien". En esa época viví mi máximo exponente de moverme en bicicleta, así que prohibírmelo era una afrenta bastante personal. "Ya, pero si te pararan o algo nos meterías en problemas". Lo pensé un momento. "Vaaale, me iré andando". Y me cedió el papel para firmar.

Entonces la mujer que me cogió en la calle me volvió a acompañar al ascensor y bajamos del cuarto piso (o del primero, no lo recuerdo muy bien) y me dejó en la puerta de aquel edificio.

De repente me acogió una extraña sensación. Me encontraba exactamente en el mismo lugar que media hora antes. Ya debería haber llegado a casa, pero seguía allí, había empezado a oscurecer y tenía cierta euforia alcohólica. Era difícil de entender lo que me había ocurrido. Parecía como si el tiempo hubiera decidido avanzar sin mí durante ese rato, como si hubiera logrado separarme de él.

Dejé de darle vueltas al asunto, cogí una bici y volví a casa.


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