Entonces fui consciente de que llevaba 55 minutos mirando un reloj. Podía acordarme de lo que había estado haciendo ese tiempo, pero era incapaz de recordar qué pasó en el minuto 16, o en el 42, ¡o en cualquiera!
Tampoco es que hubieran ocurrido cosas fascinantes, pero desde mi punto de vista no había pasado nada.
Así que empecé a tomar nota de todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.
Ya habían pasado veinte segundos. Me fijé dónde estaba colocado yo; cuántas personas había a mi alrededor, si estaban sentadas, de pie o de cuclillas; atendí a todas las conversaciones que podía entender bien desde mi posición.
Cuando había hecho un análisis más que completo del momento revisé el tiempo y habían pasado cincuenta segundos. Se acabó, minuto 55. Realmente has conseguido destacar entre los demás. Hasta siempre.
Después vino el minuto 56, y probablemente di cuenta de ello, pero no lo recuerdo bien.
Todo esto no ha sido más que una manifestación de mi cerebro.
Últimamente recibe tanta información al día que le obligo a prescindir de los detalles que no llevan a ningún lado para hacer hueco a lo que quiero que le entre.
De modo que para protestar cogió todos los detalles insignificantes que pudo durante un minuto totalmente aleatorio y no sólo los almacenó, sino que los clasificó como "vitales", así que ahora no hay manera de olvidarlos.
Maldito sea.